Cuando era pequeña tenía una propensión del saber en mis emociones tiernas sobre el mundo, una curiosidad insaciable me consumía las tardes cuando en vez de ver programas de niños decidía irme a mi preciado rincón en la esquina de mi casa mientras el sol caía al atardecer para leer, me gustaba ver como una roja luz tenue iluminaba las letras de mis libros, el calor me hacía sentir cómoda, sabía por lo tanto que al siguiente día en la escuela pasaría mis recesos leyendo e imaginando.
Era una niña como todas las demás, disfrutaba socializar, hablar de los nuevos juguetes, compartir comida con mis mejores amigas, cantar, bailar, recoger frutas de los árboles de la huerta, esperar por mi hermana mayor a la salida del colegio a la que siempre he admirado. Pero, sin embargo, sentía desesperación por descubrir una nueva historia, me emocionaba y llenaba de ilusión. Recuerdo correr hacia la librería de mi escuela en busca de nuevos libros, ofrecían las obras literarias clásicas y soñaba con tener algún día mi propia colección.
Los años pasaron, y yo, no había saciado mis ganas de aprender, ahora estaba completamente involucrada con la música, las notas, el arte. Las emociones de adolescente podía interpretarlas a través de las partituras, tenía nuevos libros, pero ellos poseían la magia de poder transformar mis sentimientos en algo real, los sonidos.
Cientos de atardeceres pasaron, recuerdo salir del colegio anhelando llegar al conservatorio de música para descubrir mis nuevos talentos, mi pasión, todo aquello que el compositor quería expresar en su obra. Estaba ahora ensimismada, y me encontraba en una esquina, todas las tardes, con el sol rojo reposando sobre mis partituras haciendo brillar mi flauta como si fuera mágica.
Al llegar a la adultez supe que mi destino estaría marcado por diferentes caminos, todas las veces que conversaba con mis padres tenía la sensación que existía algo más esperando por mí. Recuerdo ver las estrellas, la luna, mientras pensaba en lo vasto del mundo y todas las posibilidades infinitas que existían a través del vidrio protector familiar y la comodidad de mi hermosa ciudad.
Todos esos sueños se cristalizarían, empezaría un largo viaje lejos de mi pequeña ciudad, aprendí varias lenguas, exploré todos los lugares que acompañaban mis lecturas en la infancia y adolescencia, sabía que ser soñadora podía ser peligroso. No comprendía que mi imaginación y determinación me llevarían por ciertas partes del mundo que quizás las protagonistas más valientes de mis historias solamente lograban conquistar. Al final desperté y a mis 31 años acepto que esa protagonista soy yo.
Culpo ahora por todas esas añoranzas a mis mejores amigos los libros, a todos los autores, a miles de horas de lectura, a todas las obras musicales, a las películas de antaño, a mi inconmensurable imaginación. Soy mucho más que una historia, un viaje, una poeta, un músico o una periodista, soy y seguiré siendo mis sueños, perduraré ante lo imperecedero, no importa las veces que el destino me lleve a la derrota, mi niña interior clama que siempre habrá una nueva historia para leer, una nueva partitura por descubrir y alguien nuevo para amar, siempre hay espacio para crear una nueva realidad.
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